“La
Ola” –Die Welle- es una película
alemana reciente, que está inspirada en un experimento psicológico –“La Tercera Ola”- realizado en una
escuela americana en 1967. Éste consistía en crear una especie de liga de
estudiantes dentro de la escuela, sin ningún rasgo político o ideológico y
tampoco un objetivo concreto, simplemente una asociación dentro de la cual los
chicos se sintieran una parte integrante y con la cual se podían identificarse.
El objetivo era estudiar los efectos que tenía formar parte del grupo en el
comportamiento y las actitudes de los estudiantes, efectos que no dependían de
ideologías u opiniones concretas sino solamente de la pertenencia a la
asociación. Específicamente en la película el profesor trata de mostrar lo
fácil que es manipular a las masas de esta manera y por tanto que el peligro de
una dictadura está siempre presente. Esta es la intención de fondo y el mensaje
que se quiere transmitir.
Un recomendable artículo sobre esta película se puede encontrar en el blog "Una, Grande y Libre" enlazado en mi lista de blogs. Allí se trata más extensamente de la película en sí y las conclusiones están bastante en línea con las que expongo aquí:
La Ola
El
profesor comienza proponiendo el experimento, que ya de entrada no es del
agrado de los estudiantes más individualistas que –se nos da a entender- son los
más libres e inteligentes porque rechazan de plano la idea de formar parte de
algo y especialmente de adaptar algunos de sus comportamientos a esto. En
efecto no todos colaboran y los primeros abandonan, indignados, cuando se empieza
a imponer una mínima disciplina y código de conducta en el grupo.
Por
ejemplo se introducen cambios como levantarse ordenadamente y saludar cuando
entra el profesor, así como dirigirse a él de manera formal y situar a los
estudiantes en la clase según sus méritos, delante los mejores y atrás los
peores. Esto ya se ve como un principio de “fascismo” y es inaceptable para los
estudiantes más “conscientes”. Entre paréntesis, que cosas tan simples sean vistas como "fascismo" es significativo y ya lo dice todo sobre la degeneración de la escuela actual.
El
experimento prosigue y en pocos días este grupo creado de la nada, artificial y
sin objetivos o programas fuera de su misma existencia, se da una especie de
uniforme elemental, un emblema y unas reglas, consigue generar un sentimiento
de pertenencia y orgullo en sus miembros y se empieza a crear de manera natural
una separación entre los que están dentro y los “otros”. Esto en la intención
moralista de la película –que a eso va- es el embrión del “racismo” y
naturalmente debe ser condenado.
Pero
los estudiantes son en realidad entusiastas, nadie les obliga a permanecer en
el grupo y viven intensamente la experiencia, no como un simple taller de
verano o ejercicio escolástico. Excepto naturalmente los perroflautas teutónicos –permítaseme esta licencia- que son la
versión local de una especie transnacional. Los pertenecientes a La Ola –que es el nombre del grupo-
mejoran extraordinariamente el rendimiento en clase, la concentración y sobre
todo el sentimiento del propio valor. Podríamos decir también la autoestima si esta palabra no me cayera
tan gorda y no estuviera tan devaluada actualmente.
De
hecho la pertenencia al grupo tiene efectos tan benéficos que quizás el
director empezó a preguntarse a mitad de la película si no estaba demostrando
lo contrario de lo que quería. De modo que tenía que arreglarlo y aquí tenemos
que las cosas empiezan a torcerse. Aparecen por tanto comportamientos agresivos
de los miembros de “La Ola” y racismo hacia los otros, incluyendo una pelea con
unos piojosos provocadores. Peor sobre todo tenemos al estudiante
desequilibrado mentalmente, que encuentra en el movimiento un sentido para su
vida y un clavo donde agarrarse, se dedica morbosamente al proyecto y se lo
toma tan en serio que llega a ser un problema para el mismo profesor.
En
pocos días la situación va degenerando hasta preocupar al docente que ha ideado
el experimento, el cual al final convoca una reunión especial de todo el grupo.
El profesor comienza con una arenga que toma gradualmente tintes xenófobos,
racistas, antisemitas y lo que el lector quiera añadir. Naturalmente todo ello
es una representación, pues el objetivo del profesor es revelar el sentido del
experimento, disolver la asociación y explicar a sus estudiantes lo fácil que
es dejarse manipular y llegar a cometer actos deplorables, llevados por la
presión el grupo y el sentido de pertenencia a éste.
El
estudiante psicópata sin embargo no acepta esto, y delante de todos le pega un
tiro a otro chico para después suicidarse. El profesor termina detenido por la
policía. Este final tan forzado denota claramente la intención ideológica y el
propósito moralista de toda la película. Se trataba de mostrar cómo la
identificación con un grupo lleva a actitudes “fascistas” y que es
perfectamente viable, partiendo de un grupo de personas normales, generar por
parte de una personalidad fuerte lo que podemos calificar como el embrión de un
movimiento totalitario.
Por
supuesto en el experimento original nada de esto sucedió ni los estudiantes
comenzaron a asumir comportamientos violentos. Esta es simplemente la
manipulación de la película para que el espectador saque la conclusión
“correcta”. Sí es verdad que mejoraron su rendimiento drásticamente –en el
espacio de pocos días- y estaban extraordinariamente motivados. La cosa más
violenta que hicieron fue chivarse cuando algunos miembros no respetaban las
reglas establecidas. Después de cinco días se terminó el experimento y cada
mochuelo a su olivo, sin estudiantes psicópatas ni pistolas. El profesor estaba
eso sí preocupado porque le parecía que la cosa estaba escapando a su control.
O quizá no le gustaban las implicaciones de lo que estaba observando.
En
efecto es claro el sentido del experimento y sobre todo de la película también,
con una moralina bien masticada y lista para el consumo. No se esconde el
propósito ideológico de exaltar el individualismo a ultranza propio de nuestra
sociedad, identificado con la libertad, y por tanto el corolario lógico de
condena hacia cualquier sentimiento de pertenencia radicados, hacia todo grupo
que proporcione un sentido de identidad a sus miembros. El único antídoto
contra el totalitarismo sería por tanto el rechazo de cualquier amago
identitario y una sociedad de individuos sin proyectos ni acciones colectivas –políticas en sentido estricto- centrados
en sí mismos o como mucho en su inmediato círculo de afectos.
Sin
embargo opino que le ha salido bien sólo a mitad la denuncia y lo que este
experimento demuestra es casi lo contrario de la moraleja que se supone debemos
extraer. En efecto a pesar de las buenas intenciones es difícil ocultar la
realidad y no es casualidad que el tema haya recibido poca publicidad. Esta es
una narración de uno de los participantes, fuertemente crítica y negativa pues
es el característico tipo humano que rehúye toda forma interior y disciplina,
producto humano que tan bien el sistema actual ha conseguido clonar en las
nuevas generaciones:
El
verdadero motivo de la terminación del experimento y la poca publicidad que
tiene es justamente que la pertenencia a una comunidad y un grupo es
beneficiosa para las personas. Esto en la película es concedido a regañadientes
y en el experimento original quedó claro, como también quedó clara una
predisposición natural hacia la disciplina y la aceptación de la autoridad si
ésta es respetada, hasta el punto de cambiar comportamientos en poco tiempo.
Esto naturalmente es la negación misma de una cierta ideología hoy dominante,
contraria a cualquier forma de autoridad no sólo exterior sino también
interior, contraria a cualquier forma interna y dominio del individuo sobre sí
mismo.
Una
mentalidad que no puede aceptar una sencilla verdad: las personas se
desenvuelven y despliegan mejor su potencial, sienten que valen más y que
tienen un lugar firme si son parte de algo más grande que ellas mismas. Tan
radicado está este impulso a buscar una integración, que existía y operaba en
brevísimo tiempo incluso en el grupo fabricado para el experimento, totalmente
artificial y sin el mínimo ningún bagaje de ideas o intereses comunes.
La
moralina corriente insiste en que dentro del grupo las personas son sólo
números sin personalidad y están anulados. Pero la realidad es exactamente
opuesta. Fuera de cualquier grupo, en la sociedad del hedonismo individualista a
ultranza, ahí es donde las personas son números, hojas arrastradas por el
viento según una bella imagen clásica. Dentro del grupo son camaradas, hojas
radicadas en un tronco con un destino común.
Una
multitud de individuos aislados sin más horizonte que ellos mismos no es libre
de ninguna manera, es simplemente una masa en manos de poderes que no muestran
su rostro y que operan de forma oblicua, subterránea. Y para manejar esta masa
adecuadamente se necesita efectivamente que las personas sean números
intercambiables, definidos por unos pocos parámetros cuantitativos y sin una
verdadera identidad.
Y
que las personas se sientan números en esta sociedad que exalta el individuo lo
podemos ver en las innumerables, pueriles maneras en que buscamos una
personalidad propia en signos exteriores, adoptando un estilo de consumo, una apariencia externa personalizados, siguiendo y exaltando hasta el último y el
menor de nuestros caprichos porque expresan
nuestra personalidad. Todo ello, naturalmente, no es más que un desesperado
tentativo de comunicar a los demás y a nosotros mismos que efectivamente
tenemos una personalidad.
Lo
que el experimento demuestra en realidad es la tendencia, la aspiración
inextirpable del ser humano a buscar el propio lugar en una comunidad. Hasta el
punto de que para que el espectador no saque esta conclusión incorrecta, tuvieron que sacarse de la
manga al estudiante psicópata asesino.
Por
supuesto que el grupo tiene sus peligros, por supuesto que existen
personalidades desequilibradas. Por supuesto que la potencia y la fuerza que
genera un grupo de personas que actúan conjuntamente puede ser bien o mal
utilizada. Pero es lo que tiene la libertad. En este caso la libertad política, cuyo sentido auténtico es la
acción colectiva de un grupo ligado por fuertes sentimientos comunitarios.
La
condena de los sentimientos de pertenencia, identitarios, equivale por tanto a
la condena de la libertad política. En efecto el único tipo de asociación
aceptable para la ideología en que vivimos es del tipo contractual, es decir un grupo de personas que están juntas por
interés y que en realidad van cada uno a lo suyo. Tal el carácter de los
partidos políticos actuales y en general de lo que se llama vida política, que
apenas merece este nombre.
Pero
la posibilidad de una auténtica acción política siempre existe porque, como
experimentos de este tipo sugieren, no se puede eliminar la aspiración del ser
humano a formar parte de un grupo y buscar en él su lugar en la vida. Aunque en
verdad no es necesario ningún experimento para llegar a esta conclusión porque
toda la historia y la cultura humana nos la confirman.
Sólo
los dogmas del individualismo igualitario niegan esta aspiración, y la
tergiversación de este experimento psicológico es simplemente la narración de
cómo la ideología actual no acepta la realidad cuando no cuadra con sus
premisas.
En
verdad debe ocultar esta realidad, puesto que este aspecto de la naturaleza
humana es una amenaza siempre presente.
Se debe vigilar constantemente para evitar que este deseo humano básico,
natural, cristalice y tome la forma de una acción concreta. Por eso se debe
mantener a las personas aisladas y convencidas de que la máxima aspiración en
la vida consiste en ocuparse cada uno de lo suyo, de que el propio horizonte
mental debe comenzar y terminar en el individuo.
Las
implicaciones del experimento de La
Tercera Ola son una amenaza siempre presente porque están en la naturaleza
humana. Pero lo que para unos, desde su punto de vista, es amenaza, para otros
es promesa y posibilidad de futuro.