Tras unos días de descanso y antes de una pausa estiva voy a publicar algunos artículos que tengo pendientes y en primer lugar concluir la serie de la Dictadura Mundial.
¿Cómo se puede luchar contra esta tiranía en vías de construcción
y ya en un estado avanzado? ¿Qué podemos hacer, personalmente, qué se puede
hacer, políticamente?
Y sobre todo la pregunta fatídica e incómoda, de cuya resolución
depende todo lo demás…¿Es una guerra perdida, es imposible, inútil y destinado
al fracaso resistir y combatir contra fuerzas tan superiores que tienen una
proyección global?
A esta pregunta hay que responder negativamente. Es decir afirmar
de la manera más neta la posibilidad de dar batalla, no para luchar una
guerra perdida ni como puro testimonio en un cuadro de “pesimismo heroico” – lo
cual aun así tendría su valor, si no otra cosa para las generaciones futuras -
sino para abatir el sistema o cuanto menos para conquistar espacios de
libertad. Por muy grande que sea la medida de aparente invencibilidad y
potencia de este poder, con su dominio de los ganglios vitales de la política,
la finanza y la cultura, la superioridad militar de las potencias en que se
apoya.
Aun cuando todo parezca perdido siempre quedará un quid que no se conseguirá erradicar y
suprimir del todo, un residuo de libertad y espíritu humano que se podrá
ocultar, cubrir con una capa de detritos, falsificar; pero nunca extirpar,
porque está enraizado en la misma naturaleza humana. Esto representará siempre
una amenaza, una debilidad permanente de un sistema que ignora necesidades y
aspiraciones básicas del hombre, que quiere reducir todo a un inmenso mecanismo
económico y al cálculo de la felicidad.
Pero sin hablar tan en
general, este poder está lejos de ser omnipotente o infalible. Opera sobre
abstracciones y en un mundo virtual, mientras que las personas viven en un
mundo local, real. Ya sólo esto abre la posibilidad de conquistar espacios de
libertad. A nivel geopolítico, aunque aspire dominar todo el mundo, está lejos
de haberlo logrado y se encuentra con importantes resistencias.
Poder que se apoya para crecer y dominar las naciones en una clase
cosmopolita y desarraigada, sin identidad ni valores, cuyo único credo es el
dinero y que no pertenece a ninguna parte. Esta es su fuerza pero también su
debilidad. En efecto, puede ser verdad que el dinero mueve el mundo, pero lo es
sólo al nivel más superficial, al nivel de las causas inmediatas y
contingentes. A nivel más profundo, los auténticos impulsos que hacen moverse
los hombres y que han hecho la historia son otros. Ninguna nación, imperio o
logro humano esculpido en el libro de la historia ha sido jamás el resultado de
una suma de individuos que aspiraban cada uno a maximizar su utilidad
individual o su beneficio. Muy al contrario, ha sido siempre la obra de
individuos que creían en una idea, en unos valores, en una patria. El interés
material e individual es una condición práctica para que la empresa se realice,
el cemento, lo que ayuda a mover voluntades y corazones, pero no el motor
profundo.
Será verdad, sin duda, que todos quieren bienestar material y no
pasar apuros a fin de mes, pero nadie está dispuesto a morir por el PIB o por
los tipos de interés. En cambio los hombres han estado siempre dispuestos a
morir por su libertad, por su patria y por aquello en lo que creían.
Es por ello – está ante nuestros ojos - que el poder mundialista
se ve obligado a recurrir a mercenarios o a máquinas para combatir sus guerras,
contra adversarios infinitamente más pobres y más débiles pero que en cambio
están preparados para ofrecer su vida.
Las anteriores consideraciones nos proporcionan la base de nuestra
certeza profunda, adamantina, de que existe de un núcleo inviolable de libertad,
de donde siempe podrá partir la resistencia y la rebelión. Una certeza que no
es demostrable y los filisteos llamarán irracional. Si queremos llamarla así, una
fe en las posibilidades del espíritu humano contra el mecanismo.
Pero, armados con esta certeza y habiendo vencido la primera
batalla, la batalla contra el desaliento y el derrotismo en nuestro interior,
lo que se necesita es bajar al nivel de la realidad concreta, de la acción
política y cultural, que es donde se cambian las cosas.
Seguramente el primer paso es empezar por reconocer en la falsa
dialéctica de los partidos mayoritarios un engaño y una herramienta más del
poder mundialista. Lo mismo vale para la falsa contestación, repartida a partes
iguales entre lenguas de serpiente, cuyo objetivo consciente de desviar
sistemáticamente y neutralizar los fermentos de rebelión, y tontos útiles que no saben cómo están
las cosas, piensan ser rebeldes y están en cambio totalmente dentro de lo que creen
criticar.
Esta toma de conciencia es el principio y un primer paso necesario,
fundamental. La tiranía mundial necesita que la gente piense, cuando va a
votar, que la papeleta que deposita en la urna es algo más que papel higiénico.
Es necesario que el status quo sea
legitimado por el rito de unas elecciones, cuya verdadera función no es elegir
quien nos va a gobernar o expresar una línea política y social, sino
deslegitimar y demonizar a la verdadera contestación.
El buen funcionamiento de todo el tinglado exige que la dialéctica
política entre gobierno y oposición sea en realidad un cacareo de grupos y
camarillas, una merienda de las dos corrientes en el partido único del sistema;
una riña de gallinas por el alpiste que el verdadero dueño del corral graciosamente
les proporciona. Con el trabajo de todos nosotros, naturalmente.
Naturalmente existe la posibilidad de que una fuerza política
realmente alternativa se abra camino. Después de todo si una corriente de
opinión lo suficientemente fuerte se forma y encuentra líderes capaces, aunque
sea combatida y demonizada por los medios y los poderes fuertes, en principio
puede hacer oír su voz. El mecanismo democrático prevee libertad de asociación
y acción política, con el único límite del no recurso a la violencia.
Esto en principio es correcto y existe tal posibilidad. Desde
luego no es necesario recurrir a la violencia ni acaricias velidades
“golpistas” para oponerse a la dictadura mundialista en formación. El problema
de la violencia sin embargo muy probablemente se planteará, pero desde el otro
lado.
Me explico. Si una fuerza política, expresion de la voluntad
popular, se posiciona contra este sistema y triunfa, difícilmente los que de
verdad mandan lo aceptarán; muy al contrario, recurrirán al juego sucio, a todos
los niveles. Inevitablemente pues la política – la de verdad – no es un juego.
Puesto que la democracia y el sistema de partidos una fachada y una
representación, será respetado el procedimiento regular mientras salga elegido quien debe salir. Si sucede que –
difícil pero siempre posible – una fuerza antisistema alcanza el poder o llega
a amenazar seriamente el status quo, el
decorado democrático se dejará de lado, se aplicará la violencia y el golpismo
si es neceario, se arrojará la máscara y se usarán medios ilegales.
En realidad estos medios pseudo- o para- golpistas los estamos viendo ya en la Europa de
hoy, pero se llaman gobiernos técnicos,
generalmente de hombres procedentes dela banca, no elegidos por nadie y que no
responden desde luego ante los electores. Están ahí come resultado de acuerdos
y enredos parlamentarios, y la presunta soberanía
popular es evidente por dónde se la
pasan. Es fácil comprender cómo en un hipotético escenario de triunfo de
fuerzas identitarias o fuerte oposición al sistema, no se vacilará en el uso de
la represión violenta y la ilegalidad.
Este escenario sin embargo es ya una media victoria, porque en tal
caso habrá caído la legitimidad, y la batalla estará por lo menos bien encaminada.
Pero lo que es más importante, en tales hipótesis, si el sistema se ve obligado
a suspender la democracia para negar, con la violencia y la ilegalidad abierta,
la voluntad popular, a este punto estará totalmente justificada, es más será un deber cívico y una obligación moral, la
rebelión y el uso de medios violentos contra el poder. En otras palabras se habrá totalmente legitimado una
acción revolucionaria, en cuanto respuesta violenta respaldada por la voluntad
de los pueblos contra una oligarquía de traidores que usa la violencia y la ilegalidad, oligarquía que se habrá por tanto convertido en una banda de usurpadores sin legitimidad, incluso según sus propias reglas.
Dejando de lado las hipótesis fantapolíticas, la disyuntiva hoy está clara para los pueblos del mundo: aceptar vivir
bajo la bota de hierro del mundialismo o combatir contra ella. En el caso de
Europa la alternativa es llegar a un despertar y un renacimiento, o viceversa o
resignarse al dominio de una tiranía que en nuestra era será definitivo,
cambiará la sustancia étnica de Europa, destruirá su cultura y su civilizzación.
El objetivo por tanto, lejos de cualquier derrotismo, debe ser
trabajar por una oposición real al sistema, una alternativa política, un
movimiento de opinión y lucha que llegue a ser suficientemente fuerte para
barrer el sistema actual y sus clases dirigentes. Es por tanto de la máxima
importancia reconocer las fuerzas que son una falsa oposición y las que pueden ser parte de una verdadera.
¿Cómo se reconoce la falsa y la verdadera oposición al sistema? En
primer lugar la falsa contestación es
siempre la niña mimada de los medios; los expertos hablan, comprenden sus
motivos; deploran ocasionalmente algún exceso, como que dejan la calle muy
sucia y queman algún contenedor y hacen pintadas en los bancos.
La verdadera contestación se puede
reconocer, en cambio, por el fuego rasante y concentrado de los medios contra
ella, cuando ya no es posible ignorarla; por la demonización, la falsificacion
deliberada de sus ideas y propósitos, la evocación de los fantasmas del pasado vengan
o no a cuento.
Tratándose de luchar contra una dictadura cuya aspiracion es crear un gobierno y
una sociedad mundial, uniforme y controlada por una burocracia supranacional,
está claro que la accion política debe ir directamente al tema de la soberanía,
en todos los ámbitos, afirmar la
soberanía con todas las fuerzas porque es lo que el mundialismo niega con mayor energía. El núcleo de su
poder es el dinero, el sistema monetario y financiero; por tanto la soberanía
monetaria es el primerísimo objetivo.
En ningún campo como en éste el sistema defiende más celosamente sus
prerrogativas y combate de raíz cualquier desafío. Cualquier forma de
intercambio económico o de moneda que no pase por el sistema bancario
internacional, ligada a las realidades locales, representa un desafío contra el
sistema donde más le duele.
Esta es una línea de acción que se puede llevar a cabo si existe
voluntad política; monedas locales, formas de dinero o documentos asimilables
al dinero, instrumentos económicos y monetarios gestionados por el Estado y no
mendigadas a los usureros a cambio de interés. Aunque por supuesto el objetivo
final necesariamente debe ser la nacionalización de los Bancos Centrales y la
soberanía monetaria total.
La soberanía jurídica es también fundamental, rechazando en primer
lugar el aberrante concepto de Justicia
Universal tan caro a ciertos juristas en España y especialmente al héroe
progre Garzón; concepto universalita que, por una parte, legitima a jueces que
se creen misioneros a meter las narices en los asuntos de los demas países, y por
otra permite que la pretendida ley universal se aplique en nuestro territorio,
negando por tanto el derecho a un espacio jurídico propio, independiente,
expresión de la nación, cuya voluntad en cambio debe ceder ante la presunta
justicia internacional.
Lo mismo vale para los tratados y las leyes internacionales, que
según el perverso sistema hoy imperante – que se nos ha impuesto – en caso de
conflicto con las leyes nacionales tienen la precedencia. Nuevamente aquí se
niega a una nación el derecho a darse instituciones y leyes propias, en línea
con el sentimiento de su población y sus tradiciones. Seguramente es necesario
el hacer acuerdos jurídicos y leyes internacionales, pero el automatismo con el que prevalecen sobre
la ley nacional es aberrante y simplemente un instrumento de tiranía e
imposición sobre la voluntad de los pueblos. Especialmente cuando no tienen que
ver con las relaciones entre países sino con el funcionamiento interno de la
sociedad, una nación puede llegar a ver cómo una burocracia externa le impide
dotarse de las leyes y la organización social que libremente decide.
Finalmente, la soberanía militar es un paso indispensable porque
hoy en día la OTAN, lejos de ser una organización defensiva, es un instrumento
de agresión contra las naciones rebeldes y – en Oriente Medio – el brazo armado
de Israel. Sólo por esto merecen apoyo todos los pueblos que armas en puño se
oponen a Occidente, porque en el fondo están luchando también por nuestra libertad.
Por muy odiosas que nos parezca su manera de vida y sus prácticas. Ciertamente
no tenemos porqué aceptar ni tolerar en
nuestra casa lo que para nosotros es inaceptable, pero al mismo tiempo
exportar nuestro modo de vida con las bombas es hacer el juego del mismo poder
que quiere destruirnos como nación y como cultura, porque las mismas bombas y drones que hoy caen sobre los talibanes
o sobre las naciones árabes rebeldes al Nuevo Orden pueden caer dentro de diez
o treinta años sobre una nación europea rebelde. Recordemos las agresiones
contra Serbia y su amputación territorial para crear el protectorado mafioso USA del Kosovo gobernado, con la bendición de los Buenos, por auténtica carne de horca dedicada, entre otras cosas, al tráfico de órganos extirpados a prisioneros serbios.
Ciertamente es necesario aliarse militarmente, pero siempre con la
prioridad absoluta del interés de la nación. No es aceptable la participación
en agresiones y aventuras militares al servicio de intereses que no son los
nuestros, ni el uso de nuestros soldados como mercenarios del mundialismo.
Soberanía económica, financiera y monetaria, soberanía jurídica y
legal, soberanía militar. Como un papel de tornasol, las actitudes respecto a
estos problemas permiten distinguir quién es quién; los camareros del sistema, los
tontos útiles, los oportunistas, o los que realmente son portadores de una
propuesta alternativa y válida.
Estas son las líneas de acción que efectivamente van contra la
dictadura mundial en construcción y pueden hacerla saltar por los aires. Todo lo
demás, y muy especialmente las asambleas de indignados, no es más que blablabla…