He tenido que descuidar un poco el blog por circunstancias varias pero aquí estamos de vuelta.
Un
día, hace bastante tiempo, me encontré en la prensa con una fotografía de
cierta reunión de feministas veteranas. No pude dejar de notar,
melancólicamente, el asombroso parecido de esa imagen con el famoso Aquelarre de Goya. Con una diferencia
importante, es verdad: en la fotografía no estaba el Gran Cabrón que aparece en la tela de Goya presidiendo la
asamblea. Aunque también ha habido
y hay aquelarres feministas con su cabrón - o cabroncete - como sabemos bien por
la historia reciente de nuestro país.
No
se trata sólo de apariencia física, exterior; también de la interior, de la fealdad
moral. Es un lugar común – verdadero, como suelen serlo los lugares comunes –
que muchas feministas carecen notablemente de atractivo femenino y feminidad.
Pero sería ingenuo pensar que esto es todo. Ni el odio feminista por
el varón y la feminidad es tan simple de explicar, ni todas las feministas son
feas como las brujas de Goya.
Es
decir, no lo son por fuera aunque sí por dentro. Esto es importante entenderlo,
es el escollo mortal en el que tantos hombres naufragan y son arrastrados
a la ruina. Al fin y al cabo, las brujas horripilantes por fuera son las menos
peligrosas, y casi diría las más honestas porque no engañan. Las peores son las
que parecen inofensivas desde el exterior, pero en su interior, si uno tuviese
un scanner para revelarlo, aparecerían
como son en realidad, esto es como en el Aquelarre
de Goya.
Este
es el feminismo, un moderno aquelarre de brujas odiadoras del varón que
encarnan el peor aspecto de la feminidad, el aspecto destructivo, oscuro y nefasto.
La bruja es – entre otras cosas – un símbolo de esta parte negativa y
devastante del eterno femenino. Especialmente y precisamente la bruja de los
cuentos para niños. Ciertamente el odio de las feministas por los cuentos
tradicionales, su voluntad de destrozarlos, falsearlos y censurarlos se puede
explicar en parte por una pulsión irracional e inconfesada: se
ven retratadas demasiado bien en la figura de la bruja.
Bruja
que, recordemos, no es el único aspecto de la mujer; al contrario, la bruja es
la que persigue y mortifica tanto la masculinidad como los aspectos positivos y
nobles de la fémina. Como en los cuentos infantiles, la primera víctima de la
bruja es la mujer sana y que representa los valores superiores de su sexo.
Mensaje
profundo por tanto el de estos inocentes cuentos, y totalmente
relevante en la actualidad: las modernas brujas no sólo persiguen al varón sino
también sofocan a la mujer y lo mejor de su feminidad.
Naturalmente la tiranía feminista imperante hoy en día no reconoce que pueda existir este aspecto negativo y destructivo en la mujer. Quiero decir que no lo reconoce abiertamente, en público, no porque lo ignore sino por simple mala fe: una parte esencial del lavado de cerebro es presentar a la mujer como un ser inocente incapaz de hacer daño, eterna víctima del varón malvado.
Sin
esta falsificación y sistemática inundación de mentira les habría sido difícil
convertir a los varones en un hatajo de gilipollas domesticados, que tragan con
todos los atropellos y prevaricaciones; los cuales por otra parte van en
aumento y sin que sea posible ver el final del túnel, el límite en el cual se
pararán. Porque este límite simplemente no
existe, cada vez irán a más y no se detendrán nunca si no se les obliga a
hacerlo, hasta que destruyan nuestra sociedad como una enfermedad degenerativa
destruye el cuerpo que utiliza.
No
es una imagen gratuita, pues no otra cosa es el feminismo, así como otros
fenómenos como el poder de las lobbies de desviados, la nivelación de los
sexos, la igualdad en la mediocridad: enfermedades y síntomas de degeneración propios de una
sociedad decadente y enferma, que proliferan como los gusanos sobre un cadáver
en putrefacción.
En
este ambiente de cerebros lavados, opinión pública y propaganda hembrista, de niñatas malcriadas a las que se
permite todo y se les ríen las gracias – caso de las Femen - y de glorificación
acrítica de la mujer, es de agradecer que salga una película con mala leche y
sanamente misógina como Las Brujas de
Zugarramurdi.
Entendámonos,
no es que sea una obra maestra y está tejida con hilo bastante grueso. Pero no
deja de ser divertida, y sobre todo expresa en clave de humor grotesco un
cabreo contra el feminismo y la mujer de hoy que es raro ver actualmente, en el
actual pantano de conformismo que ha reducido los varones al encefalograma
plano.
Estamos
ante una película, más única que rara, sobre la tiranía feminista y el poder
femenino como reino de las brujas.
Claro
que cada uno ve en las películas cosas distintas, y posiblemente el director
negaría enérgicamente los hechos que se le imputan aquí; pero a uno le queda la
clara impresión de que se ha quitado las ganas de decir muchas cosas que no se
atreve a declarar abiertamente, que se ha liberado de varias piedras de gran tamaño
que tenía en el estómago, usando el registro grotesco y cómico.
Para
quien esté harto del pueril y empalagoso moralismo de género que nos inunda, es
reconfortante y agradable, una auténtica bocanada de aire fresco, ver una
película sin un solo personaje femenino positivo. La única protagonista que no
pertenece a la secta de brujas, empieza la película amenazando al ex marido con
destruirle usando la ley – a buen entendedor pocas palabras – y al final encuentra
su verdadera naturaleza uniéndose a las brujas.
En toda
la película son frecuentes las pullas y las continuas referencias a la guerra de
sexos; abundan mujeres agresivas y sus discursos
contra los hombres. Inconfundible la sensación de dejà vu, de que todo esto esta visto, pero no en el cine sino en la realidad. También es
interesante el estado lamentable al que han sido reducidos los varones dominados
por las mujeres terribles de Zugarramurdi: el marido de la bruja mayor, semiretrasado
y una especie de zombi sin personalidad, que con terror advierte a los incautos
viajeros de que “no hay que llevarles la
contraria” (a las brujas); el hermano de la bruja menor (la buenorra), prisionero
y humillado en una celda debajo de los urinarios. Por no hablar del festín que
las brujas organizan para devorar a sus prisioneros. Más claro agua: todo ello
representa el futuro del varón en la sociedad dominada por el feminismo, con
apenas alguna licencia – digamos - poética.
Si
todas las mujeres son brujas, no es que los hombres salgan bien parados. No hay
para nada una figura heroica masculina, un moderno Orestes que de a las brujas
su merecido. Al contrario. Entre entre los protagonistas masculinos hay de
todo, pero siempre están medio atontados, perdidos y zarandeados entre mujeres
más fuertes que ellos; incluso cuando la buenorra se pone de su parte – por amor –
no deja por ello de ser medio histérica y un peligro mortal.
Y
finalmente el aquelarre final en la cueva, una reunión de mujeres modernas de
todos los tipos y condiciones; la inolvidable e inconfundible imagen de una
horda feroz de brujas desquiciadas y rabiosas que odian a los hombres.
No
hilaremos demasiado fino sobre el final de la cinta, con el andrógino y la
invocación a la Venus de Willendorf
como divinidad feminista; no es el caso. Pero aun dentro de una película de este estilo, se le
la ido la mano en el final al director, especialmente en los pésimos cinco
minutos finales, totalmente absurdos y superfluos.
Como
el lector habrá comprendido perfectamente, estamos ante una precisa y realista descripción
de la sociedad moderna, de la mujer actual, la lamentable situación del varón y
la inexistencia de figuras masculinas dignas.
Por
tanto cabe decir que Las Brujas de
Zugarramurdi, lejos de ser un horror grotesco es en realidad, con alguna licencia
poética, una película costumbrista sobre la España y el Occidente actual.
Saludos del Oso